Buenos días amigas!!
Hoy os traigo la segunda de las críticas que me hicieron el domingo pasado sobre la forma de criar a un niño. Si quieres ver la primera de ellas, la tienes aquí.
El caso es que, después de soltarme el rollo de que al niño hay que enseñarle a dormir, tomamos un café en el salón mientras Pequeño G estaba durmiendo su sagrada siesta en el cuarto.
Mientras tanto el niño de esta buena mujer estaba rodando de brazo en brazo, de su madre, a su tío, de su tío a su padre, y así sucesivamente, y es que claro, el niño, quería jugar en el suelo (como todos los niños del mundo, vaya), pero la mamá no quería dejarlo en el suelo porque si no “hay que estar todo el día detrás que este niño es un demonio” No le vi mucha cara de demonio al pobre…pero bueno.
A todo esto, Pequeño G se despertó. Muy simpático, después de haber dormido dos horas, tú me dirás. Bueno, pues, lo sacamos del cuarto, le presentamos a esta nueva gente, y acto seguido le dejo en el suelo mientras voy a coger las cositas que llevamos para que merendara.
Papá G. fue al bolso del carro a sacarle los juguetes que siempre llevamos encima (sobre todo porque el camino Madrid-Ávila en coche es largo y a Pequeño G hay que distraerlo en el coche, que no le gusta nada), y se los puso en el suelo junto a él para que jugara.
Pues en cuanto volví de la cocina con la merienda de Pequeño G le faltó tiempo a la buena mujer para decirme: “no va a la guardería, ¿verdad?”
Verdad, no va.
“Buf, es que si al mío le pongo en el suelo no para quieto con nada de nada, se nota mucho la guardería, éste ha pegado un cambio enorme desde que va, está fenomenal para los niños de esta edad ya”.
Ya he dicho en más ocasiones que Pequeño G es un niño bueno, chica, qué quieres que te diga, he tenido esa suerte, se duerme tarde, se despierta para la teta varias veces por la noche, pero en compensación, es un niño relativamente tranquilo.
No entiendo el afán de ciertos padres, me ha pasado también en el parque, de estar orgullosos cuando su hijo es el más malo entre los malos. “Mi hijo es un bicho” es una frase que oigo mucho y además dicha con orgullo.
No lo entiendo. De verdad. Yo disfruto mucho de Pequño G, me gusta mucho su carácter, es un niño inteligente, que aprende rápido, cualquier cosa que le enseñas dos veces ya la ha aprendido, precisamente porque tiene un carácter observador, es cuidadoso, no toca algo que no conoce, primero pone un dedo, si ve que no le pasa nada, se lanza, si no le gusta lo que toca, no lo vuelve a tocar. Es muy expresivo con la cara, me encantan sus gestos, es capaz de comunicarse contigo perfectamente sin hablar. Es un niño que lo dejas en el suelo con sus juguetes y se entretiene jugando con ellos, no está todo el rato lloriqueando porque se aburre. Pues qué quieres que te diga, me gusta cómo es, y no tengo porque sentirme mal por ello por mucho que otros padres te traten de hacer ver que si no es un bicho, si no es el más malo entre los malos, es que es una pena…
Y lo del tema de las guarderías me pone muy negra. Pequeño G no va a guardería porque de momento puede permitirse no ir. Si no tuviese familia cerca disponible y con ganas de ayudarme, iría a una guardería, porque no habría otro remedio. Pero la guardería lo veo como el último caso. No tengo nada en contra de ellas, pero tampoco creo en sus beneficios, o al menos no tanto como los papás de guardería tratan de hacerte ver.
El juego social en un individuo no se desarrolla hasta pasados los tres años de edad. Y esto no es algo que digo yo, es un hecho objetivo. Los niños, hasta esa edad, se fijan en otros niños, por supuesto, voy al parque y a Pequeño G le gusta ir donde hay niños, te los señala, sí, cierto, se puede sentar a su lado y puede mirarle mientras coge un puñado de tierra o intentar tocarle, cogerle la mano, todo eso sí, pero un niño hasta los tres años no deja de ser individualista, no entiende el juego como algo para compartir, no por nada, sino porque la base de la socialización es el lenguaje, y el niño no ha desarrollado esa herramienta tan importante todavía.
A esto le añadimos el cerebro privilegiado de un niño, rápido, ágil, absorbente. Si tu niño de 3 años entra al cole habiendo estado antes en la guardería, se sabrá los colores en inglés, sabrá contar, sabrá yo que sé cuántas cosas más, sí. Pero no significa nada, porque un niño que no ha ido a la guardería y entra con 3 años en esa misma clase, a lo mejor no sabe esas cosas (si es que no las ha aprendido de casa ya) pero a la semana siguiente se sabrá todo de carrerilla igual de bien que el que ha ido. Es así amigas. El cerebro de un niño a esa edad es una esponja y su capacidad de imitar y aprender nos sorprende día a día.
Ya basta con el rollo de la socialización. Las guarderías se han inventado porque la mujer se ha incorporado al mundo laboral, no nos engañemos, antes todo el mundo se criaba en casa con sus madres hasta la edad de escolarización y todo el mundo ha sobrevivido. Ahora parece que tienes que apuntar al niño a la guardería hasta si tienes posibilidades de que no vaya (bien porque la mamá puede cuidarlo, bien porque tiene a familiares que se lo cuiden, bien porque el papá puede hacerlo…) para que no se quede sin sus maravillosos beneficios.
¿Qué es esto? ¿Es que acaso el que socializa antes socializa mejor? Yo no creo que esto sea así.
Y con todo esto no quiero que penséis que estoy en contra de las guarderías, porque yo las usaría si no tuviese otra opción. De lo que estoy en contra es de los padres que te tratan de vender sus beneficios, porque cada uno es libre de pensar lo que quiera y de hacer con su hijo lo que crea mejor para él. Yo no he ido a ninguna guardería, es más, no estuve en el cole hasta segundo de infantil, o sea que me incorporé un año más tarde que mis compañeros, hasta los 4 años estuve en mi casa, y os aseguro que no tengo ningún problema de socialización ni de integración en la sociedad.
Un beso.
Mamá G.